Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1887-1888 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 29 de enero de 1888
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Azcárate y al Sr. Cánovas del Castillo
Número y páginas del Diario de Sesiones: 30, 741
Tema: Contestación al discurso de la Corona

Verdaderamente es sensible que el Sr. Romero Robledo haya excitado al Gobierno par tomar parte en un asunto en el cual debe tener el Gobierno la libertad completa de hacerlo en el momento y ocasión que crea más oportuno, en bien de la mejor resolución, que es lo que se busca; y es muy extraño que sea el Sr. Romero Robledo el que se precipite a excitar al Gobierno a que hable, cuando en un asunto parecido a éste, después de mucho tiempo, quiso intervenir el Gobierno, quise levantarme yo a hablar, y S.S. se puso furioso conmigo: (El Sr. Romero Robledo: ¿Cuándo?). En un incidente desagradable entre el señor Conde de Xiquena y S.S.

Por lo demás, el Gobierno quería dejar, como ha dejado y es de su deber, quería dejar que el Sr. Presidente cumpliera, como ha cumplido ahora y siempre, su elevadísima misión en los debates de la Cámara, y sobre todo cuando toman un giro como el presente, porque hubiera hecho muy mal el Gobierno en impedir que el Sr. Presidente hiciera lo que ha hecho. Pero es más: tampoco ha debido el Gobierno adelantarse ni a la opinión de S.S. ni a la de ningún otro Sr. Diputado, pues sabido es que cuando el Gobierno se mezcla en estas cuestiones, si por casualidad no acierta con la mejor solución, con la que una más voluntades, suelen las oposiciones hacerse cargo de esto, y en lugar de mejorar la cuestión con la intervención de los Ministros, se empeora y se agria más. Yo debo decir que realmente lo que ha pasado esta tarde es contrario en un todo a la voluntad del Sr. Azcárate y a la voluntad del Sr. Cánovas; porque sin poderlo remediar, esta tarde se ha revuelto un poco el rescoldo que queda de aquellos sucesos universitarios, se ha resucitado la pasión con que aquellas cuestiones se trataron en su tiempo, y la pasión, nada más que la pasión, es la que ha intervenido en el debate y la que ha llevado las cosas a los extremos a que se han llevado contra la voluntad de unos y de otros. Es imposible en las condiciones del Sr. Azcárate, es imposible en las condiciones y en la práctica extraordinaria del Sr. Cánovas, que habiendo dejado hablar un poco la razón, hubieran llegado las cosas al punto a que han llegado.

Ni el Sr. Azcárate puede creer que hubo falsedad en un decreto firmado por S. M. la Reina Regente y refrendado por el primero de sus Ministros de entonces; ni claro está, tampoco el Sr. Cánovas, si se hubiera desprendido por completo de la pasión que todavía le anima al tratar de aquellos sucesos de la Universidad, podía creer que nadie le hubiera atribuido una falsificación, en el sentido estricto de la palabra, por la firma y refrendo de aquel decreto. No; ni el Sr. Azcárate ha querido decir eso, ni el Sr. Cánovas ha podido creer que el Sr. Azcárate sin fundamento ninguno, sólo por molestarle y con deliberada voluntad, le dirigiera una calumnia. No; es una mala inteligencia, es la pasión del momento. No puede ser lo primero, porque claro es que era imposible que la Gaceta hubiera publicado el decreto si no hubiera estado perfectamente firmado y refrendado por el Ministro de entonces; y yo voy a explicar al Sr. Azcárate una cosa que sin duda ha dado lugar a su excitación y a su pasión. ¿Cómo había yo de figurarme que se había de tratar aquí de eso, ni que se había de poner en duda la legalidad del referido decreto, cuando en el mes de diciembre, quince días después de haber tomado yo posesión del Ministerio, se publicó el decreto en la Gaceta? Pues eso pasó precisamente porque yo intenté evitar lo mismo que ha sucedido. Hay ciertos hechos y ciertos recuerdos que excitan las pasiones, y yo siento tener que renovar el recuerdo de los sucesos de la Universidad, porque es éste uno de los sucesos que más excitan las pasiones y uno de los recuerdos más desagradables para todos.

Mas sea como quiera, yo debo declarar que en el momento en que tomé posesión del poder, el Sr. Cánovas tuvo una conferencia conmigo, y me enteró de los asuntos urgentes pendientes y de los resueltos; [741] me acuerdo que me habló del decreto refrendado por S.S. y firmado por S. M., que se refería a la cuestión del coronel Oliver; yo hice esta observación al Sr. Cánovas: "Usted tendrá mucha prisa en que se publique ese decreto; yo no tengo ninguna; pero claro está que habiéndolo Vd. refrendado, en su derecho está usted exigiendo que se publique inmediatamente; pero como yo no tengo prisa ninguna, porque no me parece conveniente excitar las pasiones, producir disgustos ni renovar sinsabores, permítame Vd. que yo lo publique cuando tenga por conveniente, después que se haya tranquilizado un poco la situación en que nos encontramos".

El Sr. Cánovas me dijo: "Yo tengo prisa, puesto que lo he puesto a la firma de S. M.; pero Vd. es Gobierno, y hará lo que tenga por conveniente". Yo, en efecto, dejé pasar algunos días, y cuando las pasiones se calmaron, cuando cesaron los temores y renació la tranquilidad, mandé el decreto a la Gaceta.

Pues bien; desde el momento en que ésta es la sencilla y verídica historia de lo sucedido, claro es que no ha podido haber falsificación, ni ha podido tener intención el Sr. Azcárate de decir que ha habido falsedad en el decreto refrendado por el Sr. Cánovas. Ni el Sr. Azcárate puede sostener sus palabras, ni ya realmente puede sostener las suyas el Sr. Cánovas del Castillo, puesto que el mismo Sr. Cánovas decía: "yo ya no sostengo lo dicho por lo que ha pasado respecto al Sr. Azcárate, sino porque algún anónimo, algún malicioso puede creer que en efecto allí ha podido haber falsificación, y yo declaro que para eso mantengo mis palabras". Pues desde el momento en que se ha explicado la cuestión tan claramente, no puede haber ningún malicioso, ningún anónimo que pueda atreverse a decir semejante cosa. Yo, pues, propongo que no vuelva a hablarse más del asunto, que acepte el Sr. Cánovas del Castillo las palabras del Sr. Presidente del Congreso, y que en todo caso autoricemos al Sr. Presidente para que dejando en los discursos y en las rectificaciones del Sr. Azcárate y del Sr. Cánovas todo lo esencial, las ideas culminantes, quite aquellas expresiones, quite aquellas palabras que puedan ser causa de disgusto entre el señor Azcárate y el Sr. Cánovas. (Muy bien). De esta manera habrá terminado, como yo creo que debe terminarse, una cuestión como ésta, entre personas que valen tanto, que para todos son tan respetables, que son tan estimables para todos, y que además se estiman entre sí, para que nadie se pueda acordar de una cosa de la cual no debe quedar rastro ninguno, para bien de todos y para bien del sistema parlamentario. (Muy bien). [742]



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